EL ZURDO Y EL MAS ALLA

Y para cerrar, centrémonos en la persona individual (suponiendo que exista algo que pueda ser llamado individuo), y en su felicidad existencial, el sentido de su vida y el más allá.
Como vimos, para ser zurdo de veras, hay que ser ateo de veras. (O en algunos casos de tipos más tibios, agnóstico, que es como ser ateo, pero suena menos cuadrado, más intelectual en ciertos círculos sociales. Los ateos asustan a las minas, los agnósticos se las ganan). Pero no nos vayamos de tema.

Obviamente, todo zurdo deja de ser ateo en el momento en que se muere y se lleva la sorpresa existencial más grande de su vida, al encontrarse con Teo sin A; pero eso no lo podemos comprobar, porque ningún zurdo volvió del más allá para contarnos. Por suerte.

A nivel vital, esta postura atea, es vista por el zurdo como un liberación luminosa, que tira al dogma por el piso y a la fe por el inodoro. Pero –como vimos y conviene repetir- el zurdo cae, sin darse cuenta, en su misma red: como no puede demostrar que Dios NO existe, opta por afirmar eso sin demostración posible, o sea, como dogma y a los dogmas –por definición, indemostrables por la razón, porque la superan- se los cree, o sea, se los adopta por la fe.

Es decir, finalmente, el zurdo es alguien de gran fe, dogmático como el que más, pero que vive sin encontrarle un sentido a la existencia, a la muerte y al más allá. Y cuando finalmente se lo encuentra (al sentido, digo), es demasiado tarde, si no se avivó antes y tuvo tiempo de amigarse con su creador, o al menos sospechar de su existencia.

Cuentan que Nikita Kruschev, minutos antes de morir, en su lecho, dijo a quienes lo rodeaban (textuales palabras): “Dios sabe que he sido bueno, por eso estoy tranquilo”. Ojalá Nikita. Si vos zafás, zafamos todos.

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